
La almohada se encontraba húmeda era un río de sentimientos que las lágrimas iban cruzando sin descanso. Aurora en cada una de las almohadas de su vida escondía el dolor que entumecía su alma restándole horas de felicidad.
Había perdido los sentidos por el primer hombre de su vida Adolfo, sin apenas darse cuenta que había sido elegida para ser su propia enfermera cuando su madre falleciera.
Todo dio comienzo la primera noche de viaje de novios cuando la habitación fue compartida por los tres, ella, su marido y la madre de él…
Los sueños de Aurora quedaron rotos a partir de aquel día sin posibilidad de solucionarse por ninguna de las partes. Se partía de seres cerrados al dialogo del entendimiento donde las disculpas siempre ocupaba el orden de la primera frase…
Si el comienzo para Aurora fue un sufrimiento de adaptación, el resto de los años una constante marcada por la desesperación, cuando pensaba que había puesto los ojos en el hombre que no creía ser. Pero para ella el retroceder no era avanzar y comenzar de nuevo le era algo impensable. Pasando así el recorrido de toda una existencia.
Los primeros años fueron de amante servidora y el resto con algún bofetón que se extraviaba entre las comas del alcohol.
Cuando los sentimientos se debatían entre ellos mismos y la pena le ahogaba el día por el motivo que fuese, abría las puertas de su maltrecho corazón para que yo le mitigara el dolor con el consuelo de las palabras, algo que me resultaba altamente penoso porque siempre era la misma historia, remando contra corriente en un circulo vicioso que la iba destrozando.
Aurora vivió más años que Adolfo, pero él aún desde la tumba, le absorbió los últimos días que le quedaban sumiéndola en la soledad de sus desacertadas y decadentes decisiones…
En su honorifico recuerdo guardo la tristeza al no tener descendientes que le dieran un beso de despedida, de aquella alma descalza y desnutrida de amor, que dejo en la última almohada dibujadas las restantes secuelas de una desdicha vida.
María del Carmen