
En un lugar de la montaña de cuyo lugar sí quiero acordarme, he sido invitada para encontrarme con una naturaleza algo abrupta que iba dejando un poco abandonada al no disponer del precioso “tiempo”.
En este entorno hay un trozo de pradera donde se encuentra una casita por cuya chimenea sale el humo grisáceo cual votación papal.
Rodeada por unas altas montañas por las que se cuela la claridad del sol y la bruma en los días en los que no corre la brisa, la casa tiene por compañero un río lo suficientemente caudaloso. Su corriente se hace sentir en la noche cuando el silencio me escolta y sólo se registra su murmullo estando en silencio al lado de la chimenea encendida, que te hace sentir y estar en otro mundo. Y durante la mañana se puede practicar en él cualquier deporte propio de los meses en los que se pueda ir.
Cuanto cae la tarde debido a su altura, las montañas se cubren por unas cortinas de humo blanco.
¡¡Nubes!! Que poco a poco van haciéndose dueñas de todo el medio cubriéndolo hasta que te sientes con más intimidad, calor y seguridad dentro de la casa, con luz indirecta, haciéndole compañía al fuego de la chimenea y a un ramillete de flores silvestres colocado en la repisa más inmediata.
Cojo un buen libro y me voy perdiendo en el tiempo con su compañía tan fantástica. A la vez suena una música en tono muy suave, clásica a poder ser, y me siento dentro de un ambiente más que confortable. Al final, siento que me adentro en el paraíso de la imagen.
La Gata Coqueta