Frutos del pasado

Hace un segundo termino de despertarme y comienzo a desperezarme, me giro y allí esta él aún dormido. Lo observo y siento una placidez infinita en mi cuerpo.
Miro el entorno con detenimiento, una habitación muy amplia, cama de un metro cincuenta con almohadones y acolchado de plumas naturales.

En los laterales derechos sobre la pared hay unos apliques de luz en hierro forjado, que le da ese toque rústico. Sólo hay en ellos algo que ya no encaja esta mañana, una gasa de color rojo sobre ellos para cambiar la tonalidad y convertir el espacio en más calido y sensual para vivir la noche creándole un toque más erótico. Esta habitación es una promesa mutua…

Me levanto, pongo algo para cubrir el cuerpo y me acerco a contemplar el paisaje… Según voy caminando hacia la ventana las paredes me hablan de otros recuerdos y vivencias…

En un espacio reducido se juntaban para intentar darse calor unos a los otros. Mientras intentaban distraerse contándose sus penurias. Unos eran jóvenes y otros no tan jóvenes, pero entre ellos había esa camarería que nace cuando estas esperando que te llamen para salir al patio y sentir el ruido del adiós para siempre. Las seis de la mañana era la hora en la que comenzaban a llamarlos cada cuarto de hora.

¡Martín, preséntese! Se abraza al amigo de batallas con el que mataba el tiempo echando pulsos. Ésa era su gran afición que llevaba a cabo con las escasas fuerzas que le quedaban. Martín dejó en el exterior el comienzo de un amor y Rodrigo ni eso había llegado a conocer…

Siguen sucediendo los llamados en el cuarto cada vez hay mayor claridad, Rodrigo da por echo que no se volverán a ver y que el será el próximo. Las piernas le tiemblan, la palidez por el miedo y el frío es horrible. El agua del río cubierta de sangre es una visión constante...

Contemplo el paisaje y la claridad eclipsa mis ojos. El agua que veo desde el balcón es cristalina. Abro una de las ventanas el calor producido por la calefacción me empieza a sofocar y me apoyo en el borde de la balconada. Observo las golondrinas en las cornisas del hotel.

Sigo abstraída mientras diviso los hierbajos al otro lado de la ladera del río y de pronto me estremezco al sentir su brazo en mi cintura. Me sujeta y me obliga a girar aproximándome a su cuerpo aún desnudo. Siento los latidos del corazón, cierro los ojos y me dejo llevar recibiendo el primer beso de la mañana.

Cuando abro los ojos se quedan fijos en los de él y en silencio se acarician, diciéndose muchas cosas que las palabras no saben. Un amor que surgió desde el primer día en que fueron presentados y que empezó a gestarse en los pasillos de aquel claustro con sus antepasados.

Tan real como la vida misma...

La gata coqueta

(Canción de esperanza en solidaridad con nuestros hermanos de Haití)